La historia de la humanidad es, en cierta medida, algo fascinante. Empezando en África hará cosa de un millón de años y viviendo como cazador recolector hasta hace unos diez mil: La revolución del homo. “Descubriendo” la agricultura hará unos diez mil años y viviendo de la madera, agricultura y ganadería hasta hará unos 150 años: la revolución neolítica. Descubriendo el carbón y el petróleo luego y empezando la revolución industrial hará unos ciento cincuenta años: la revolución industrial. Y aquí estamos en medio de dicha revolución industrial intentando saltar a la siguiente revolución: la de las energías renovables, la economía sostenible y sin combustibles fósiles, etc.
Todas estas revoluciones han tenido un tema en común: el incremento en la “productividad” o la energía conseguida por energía invertida. Empezando con el simio que invierte 500 calorías para conseguir unas frutas que le den 700 (por decir un número). Siguiendo por el homo que invierte 500 calorías en conseguir fuego, o en hacer flechas, que le dan mucho más que 700 de vuelta. Continuando con el uso de animales en agricultura, donde es el animal quien invierte para que el hombre coma, y terminando con la revolución industrial, donde casi no hay que invertir energía humana para conseguir carbón, petróleo y gas natural que suplen nuestra sociedad con todas sus llamadas “comodidades”.
Visto así, parece que el hombre estuviera determinado a vivir su historia de continuo éxito. Parece como si este humilde mono, gracias a su constancia, creatividad e inteligencia, estuviera destinado a una mejora perpetua. Pero esta tendencia, ampliamente extendida en el vocablo “progreso”, “evolución”, etc. no es una “ley”, es sólo una creencia. Su única “prueba” es que ha sido cierta hasta ahora, pero dicha prueba es más bien pobre. Por una parte ha habido abundantes periodos en la historia de la humanidad en los que no ha sido cierta. ¿Podríamos hablar de “avance” durante el millón de años que nos costó llegar al neolítico? Si lo hubo, fue a una velocidad ciertamente nimia. ¿Hubo avance o hubo retroceso tras la caída del imperio romano y durante la Edad Media? Así pues, el avance propiamente dicho en que se fundamente nuestra creencia resulta ser de memoria historia más bien corta. Hablamos simplemente del avance producido durante estos últimos 150 años de revolución industrial.
Así pues, la cuestión del ser humano destinado al “avance” queda bastante debilitada. Puede ser una hipótesis informada, pero poco más. Muy al contrario, este ensayo sostiene la hipótesis contraria: No hay nada en la historia del hombre ni en los cielos que nos haya predestinado a “avanzar” y alcanzar cualesquiera que sea el estado superior que creamos. No estamos destinados a nada. El hombre, su consciencia y su “inteligencia” son una expresión más de la complejidad de la vida y de la capacidad de organización de la materia. La inexplicabilidad de esta complejidad no puede ser disuelta con la introducción de una entidad superior que lo explique, dicha fórmula sólo trasladaría dicha complejidad e inexplicabilidad a otro ente. La existencia de otra inteligencia responsable de esta inteligencia no explica nada, pues, es como la teoría griega de que la tierra plana estaba sujetada por cuatro elefantes. Muy bonito pero... quien narices sujetaba los elefantes?
Por tanto ¿qué puede estar pasando ahora? ¿qué momento histórico vivimos? Los hechos son que se están acabando casi todas las materias primas (que incluyen también bosques, océanos y terrenos arables), y que las fuentes energéticas están limitadas y empezarán a descender algunas dentro de 30 años o así (gas natural) y otras pueden estar descendiendo ya (petróleo). No es claro si sucederá en nuestra generación, la de nuestros hijos o nuestros nietos, pero nuestro momento histórico es claro: El fin del subir, el comienzo del bajar. Ésta es la realidad clara de nuestra época, que el crecimiento, desarrollo y “avance” está empezando a pararse... para no volver nunca jamás. La humanidad ha tocado techo, al menos según los valores émicos (si, émicos con eme, puestro que están definidos internamente por nuestra cultura) de nuestra civilización. El como bajemos la cuesta depende en gran parte de lo que quede por explotar, y en otra de nosotros y de nuestra naturaleza.
Lo que es claro es que parte de lo que está pasando se explica fácilmente con este simple hecho. ¿Por qué cuando abre uno un periódico ve uno noticias de cambio climático y ninguna de la falta de reservas energéticas? Porque creo que se está jugando, conscientemente, con el efecto del cambio climático para resolver, o al menos no agravar el verdadero problema de nuestra generación: el agotamiento energético. No deja de ser curioso que de todos los problemas medioambientales, que los hay y a cientos, el cambio climático sea el único que se oye. ¿Puede ser porque está relacionado con un consumo de combustibles fósiles, de los que cada vez vamos teniendo menos? De esta forma, en vez de alarmar a la población con algo evidente y de implicaciones inmediatas se nos motiva con algo menos evidente, de índole más científico y de implicaciones más lejanas.
Y sobre todo, y mucho más importante, se evita centrar la discusión en torno a lo que realmente importa: se evita discutir el mito antropocéntrico. Se evita decir que el hombre no es el centro ni la medida de nada , que no está destinado a llegar a ningún sitio, que no tiene ninguna misión más que vivir y dejar vivir. Se logra de esta forma mantener la idea de que, si el “avance” de la humanidad disminuye, no es por la cruda realidad de que no podemos, sino por una versión más azucarada de que no queremos.
Y se evita, no porque haya ninguna confabulación o conspiración para mantenernos en la inopia y aprovecharse de nosotros, sino por una razón más simple: porque es nuestra cultura, nuestro modo de vida y nuestra identidad, y es imposible cambiar estas y derruir los pilares ideológicos de nuestra sociedad de un plumazo.
En otras palabras, es bueno vivir durmiendo... DIARIO Bahía de Cádiz
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