El Gobierno anunció en julio de 2005 que iba a regular la coexistencia de transgénicos y cultivos convencionales con la creación de un Plan Nacional de Supervisión. Se trata con ello de evitar que la polinización transgénica contamine todos los cultivos. Pero tres años después, todavía no tiene siquiera un borrador sobre la mesa y el tema está aparcado sine die, una vez que el Ministerio de Agricultura ha comprobado la dificultad de poner de acuerdo a los sectores implicados.
La distancia entre ambas plantaciones está en Europa entre 70 y 400 metros
Para el director general de Industria y Mercados Alimentarios, Francisco Mombiela, "conforme se profundiza en este asunto, se hace patente la dificultad de una norma de carácter básico". En su opinión, la cuestión de la coexistencia ahora "no es prioritaria". "Tenemos que debatir sobre parámetros como la seguridad alimentaria y la garantía de la biodiversidad y, en último lugar, la bondad económica".
Diez países de la UE han regulado, a diferencia de España, las medidas de coexistencia, que establecen las distancias mínimas de aislamiento que tienen que separar a un cultivo transgénico de otro convencional para reducir las posibilidades de contaminación genética y conseguir que se cumplan las normas de etiquetado de la UE. El anuncio del Gobierno en 2005, por boca de los secretarios generales de Agricultura y Alimentación, Fernando Moraleda, y de Prevención de la Contaminación y el Cambio Climático, Arturo González Aizpiri, llegaba a especificar incluso la separación mínima entre ambos cultivos (50 metros) que tendrían que observar los agricultores.
La historia de la regulación de la coexistencia viene de largo. El Gobierno de José María Aznar ya presentó una propuesta de regulación, pero fue rechazada por más de 60 asociaciones ecologistas. En la primera legislatura socialista, la entonces ministra de Agricultura, Elena Espinosa, lanzó un nuevo proyecto, que tampoco prosperó.
La última reunión se remonta a octubre de 2007, cuando el entonces Ministerio de Agricultura intentó consensuar por última vez un documento en una reunión mantenida entre comunidades autónomas, agricultores y colectivos ecologistas. Según el director general de Industria y Mercados Alimentarios, la última propuesta sobre la mesa llegaba a proyectar una franja sin cultivar de hasta 200 metros entre cultivos transgénicos y convencionales, "mucho más incluso de lo que plantean los estudios científicos", señaló a este periódico por teléfono. Pero no hubo acuerdo. "Esa distancia", añadió Mombiela, "plantea problemas en especial en las zonas de cultivo pequeñas" para las que la franja supone un mayor sacrificio. Sin embargo, para el responsable de transgénicos de Greenpeace, presente en la comisión, Juan Felipe Carrasco, el motivo del desacuerdo no fue la cuestión de establecer una separación determinada: "Estar a favor de la coexistencia es lo mismo que estar a favor de los transgénicos, salvo bajo condiciones muy especiales. Por eso nos opusimos". En Europa, las distancias entre maíz transgénico y convencional en vigor en los estados miembro varían de los 70 metros en Holanda hasta los 400 de Luxemburgo y Hungría (donde puede aumentar hasta 800 metros en algunos casos). Pero los 200 metros del último borrador español es la propuesta más frecuente, según fuentes de la Dirección General de Agricultura de la Comisión Europea. Francisco Mombiela afirma haber observado, al respecto de la coexistencia de cultivos, "una pérdida de interés por el beneficio de una norma de carácter nacional".
Mientras, asociaciones de productores como AGMPE ya ha pedido a la Comisión Europea que autorice una nueva variante de maíz transgénico, el maíz RR, un antiherbicida.
El campo europeo sigue siendo un oasis antitransgénico en un mundo que cada vez cultiva más organismos modificados genéticamente. Aun así, su cultivo no ha dejado de crecer desde que en 1997 la UE levantó la prohibición a algunas pocas variedades. Es el caso del maíz BT (una variedad antiinsectos), destinado a la fabricación de piensos y en el que España se lleva la palma: 7 de cada 10 hectáreas sembradas en Europa se encuentran en suelo español. En concreto, 75.148, lejos de las 21.174 de Francia o las 5.000 de la República Checa, siguientes en la clasificación.
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