Un archipiélago cercado ante una acuciante disyuntiva
Soberanía alimentaria o un futuro incierto para las Islas Canarias
Arturo Inglott
Canarias-semanal.com
En 1996, Vía Campesina -un movimiento internacional integrado por más de 120 organizaciones deagricultores y campesinos de 56 países- introducía en el debatepolítico el concepto de 'soberanía alimentaria'. Lo hacía coincidiendocon la celebración del “Foro Alimentario Mundial”, una conferenciasobre el hambre organizada por la ONU en la que, por enésimavez, los países participantes prometían eliminar esta lacra mediante eldesarrollo de la “seguridad alimentaria”. Pese a su aparente similitud,los dos términos manejados respectivamente por las Naciones Unidas ypor Vía Campesina expresaban puntos de vista e intereses antagónicos.La llamada “seguridad alimentaria” se refiere a la “disponibilidad dealimentos” y asume la estrategia de expansión de la gran industriaalimentaria global como la mejor manera de luchar contra el hambre. La“soberanía alimentaria”, en cambio, hace alusión al derecho de lospueblos a controlar sus recursos naturales y a definir políticasagrícolas, pesqueras, y agrarias social, económica y ecológicamentesostenibles. E incide en la necesidad de priorizar la producción parael consumo doméstico como garantía de una vida digna para lasdiferentes poblaciones.
La reivindicación de una “soberaniaalimentaria” surgió, precisamente, como reacción a los devastadoresefectos provocados en la mayor parte del planeta por el modelo agrícolaindustrial potenciado por la ONU a través de organizaciones como la FAO.Durante las últimas décadas, y en plena fiebre neoliberal, las empresastransnacionales del sector y las grandes potencias que las respaldanlograron imponer la apertura de los mercados de los países del TercerMundo, para inundarlos más tarde con sus productos subvencionados. Altiempo, utilizaron organizaciones como el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio para conminar a estos países a reconvertir sus tierras de cultivo,dedicándolas a la agricultura industrial de exportación. Losbeneficiarios de esta reestructuración fueron un puñado demultinacionales que controlan el comercio de granos y la producción ydistribución de semillas, herbicidas y fertilizantes. Pero estaagricultura industrial de monocultivos para la exportación -además deesquilmar y degradar los recursos naturales por el uso intensivo deagua, fertilizantes y pesticidas que requiere - supuso la destrucciónde la agricultura tradicional de la que dependían las comunidadeslocales. Como consecuencia, millones de personas se vieron obligadas adejar el campo, sumándose al resto de excluidos que malviven en las‘villas miseria’ que circundan un número creciente de ciudades. Ytambién se produjo un incremento de las hambrunas, incluso en paísesque exportan enormes cantidades de alimentos.
Sinembargo, los graves peligros de permitir que la supervivencia humanadependa de los cálculos contables de alguna transnacional no afectansolo a los países empobrecidos. La crisis económica y energéticaintroduce nuevas variables en la producción y el comercio mundial quepodrían incluir en la lista de damnificados a poblacionespertenecientes al “Primer Mundo”. Con estas nuevas perspectivas, lasituación especialmente frágil y dependiente de Canarias no puededejarnos impasibles.
Pese a las notorias diferencias, resultaposible establecer algunos paralelismos entre la evolución de laeconomía canaria y el proceso anteriormente descrito en relación alsector primario. En primer lugar, y como es de sobras conocido, loshabitantes del Archipiélago han sufrido durante siglos, en términos deauténtico subdesarrollo, las consecuencias de que las clases dominantesisleñas y foráneas impusieran una economía basada en sucesivosmonocultivos. Durante siglos, no obstante, además de recurrir a laválvula de escape de la emigración, la población canaria lograba paliarsu situación de miseria gracias a una agricultura y una pequeñaganadería de subsistencia. En los años 70, la revolución del sectorturístico modificó radicalmente la economía del Archipiélago. Casi dela noche a la mañana, y al calor de las nuevas posibilidades denegocio, una sociedad eminentemente rural se reconvirtió como pudo pararesponder a la nueva oferta de empleo procedente de la construcción yel sector terciario. Pero lo que podría haber supuesto una oportunidadpara utilizar racionalmente nuestras condiciones naturales seconvirtió, en manos de una clase empresarial depredadora y la castapolítica que la representa, en la orgía de destrucción medioambiental yde cemento en la que estamos inmersos. Actualmente, la dependenciaeconómica de los viejos monocultivos ha sido sustituida por la de laconstrucción y el turismo. Sólo está cultivado el 10% de la superficiey una buena parte de la agricultura de subsistencia ha desaparecido. Según datos aportados por la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Tenerife -hayquienes reducen algo estas cifras sin que la variación resultesignificativa- el 90% de los alimentos que consumimos proceden delexterior. En los últimos tiempos, el incremento espectacular del preciode estos alimentos ha servido para alertar sobre el delicado equilibrioen el que se basa nuestra reciente “opulencia”. Incluso en los mediosde comunicación convencionales -los mismos que acostumbran aridiculizar las advertencias de los grupos ecologistas- es posible leerartículos sobre la debacle que se produciría en las Islas si una grancrisis mundial paralizase los suministros que impiden que muramos dehambre. Hasta hace bien poco mencionar esta posibilidad suponía sertachado de catastrofista o, sencillamente, de ignorante y retrógrado.Hoy, la manera en la que han comenzado a tambalearse los cimientos dela economía mundial ha trocado muchas sonrisas displicentes en muecasde profunda preocupación.
Conviene, no obstante, hacer hincapié en el hecho de que aunque este gran crack no llegue a producirse en un futuro inmediato -a largo plazo unaeconomía basada en el crecimiento continuo es esencialmenteinsostenible- la situación en Canarias no deja de resultar igualmentepreocupante. Según señalan numerosas investigaciones, el cenit de laproducción mundial de petróleo -y de gas natural- se alcanzaráaproximadamente dentro de 25 ó 30 años. Esto supone, como ya estamosapreciando, un incremento del precio de los combustibles que serápermanente y repercutirá en los costes de transporte de las mercancías.Además, todo el proceso de producción en la agricultura intensiva deexportación consume ingentes cantidades de energía procedente de loscombustibles fósiles y por tanto también se encarecerá. Y, por si lasituación no fuera lo suficientemente delicada, resulta preciso sumarlela especulación con los alimentos y la producción de agrocombustibles.Dos prácticas que agravarán hasta extremos dramáticos la actual crisisalimenticia mundial.
Ante un panorama como el que se nospresenta, con una población de más de 2 millones de habitantes, unacrisis económica sin visos aparentes de solución y un mercado dealimentos que ya no volverá a ser el que conocimos, parece una locura ouna imprudencia temeraria continuar actuando como si nada sucediese.Justamente lo que, según indican todas las evidencias, está dispuesto ahacer el Gobierno de Canarias, con la complicidad de los restantesgrupos políticos del arco parlamentario.
Y no sólo, al parecer,respondiendo a la “crisis” con nuevos proyectos de hoteles de cincoestrellas, con la legalización de lo construido ilegalmente o con másregalos fiscales e incentivos para los magnates del ladrillo.Recientemente, representantes de los agricultores y ganaderos que aúnproducen en nuestras islas advertían de que el Ejecutivo autonómico-lejos de mostrar alguna preocupación por “lo nuestro”- parece empeñadoen terminar definitivamente con su actividad. Portavoces de COAG Canarias y de FEDEGRAN denunciaban que el Gobierno no sólo continúa sin ofrecerles el apoyoque precisan, sino que además atenta contra su subsistenciasubvencionando las importaciones de productos que ellos podríanproporcionar a los mercados del Archipiélago. Entran en las Islas, porejemplo, toneladas de leche en polvo y leche congelada con subvencionesde 760 euros por tonelada, así como carnes y quesos. Esto genera -segúnlos propios agricultores y ganaderos- “una situación crítica en la que no podemos competir y que aboca al sector a la desaparición”. José Manuel Ponce, presidente de FEDEGRAN, hacía público, igualmente, que la Consejería de Agricultura y Ganadería entrega “cheques regalo de 500 euros por tonelada a los productores foráneos que colocan sus quesos en Canarias”. Mientras Juan Farrais, portavoz de la Asociación de Ganaderos de la Villa de Los Realejos, aclaraba que “hay entre 800.000 y un millón de kilos de queso canario almacenado que no puede salir al mercado por la competencia desleal' que genera esta medida.
En su comparecencia ante los medios de comunicación, los portavoces deagricultores y ganaderos lanzaron un mensaje contundente: “para bajarlos precios de los alimentos -afirmaron- hay que producir aquí”.Precisando aún más, al asegurar que si se potenciara la producción delas islas con las subvenciones que se otorgan a la importación “estos precios podrían abaratarse hasta en un 30%, taly como se observa en el Mercadillo del Agricultor de Gran Canaria,donde se encuentran productos frescos de la mejor calidad con unadiferencia de hasta un 40% en el precio”.
Como cabíaesperar, el Gobierno autonómico ha hecho oídos sordos al llamamiento.Al fin y al cabo, los burócratas que lo integran y sus patrocinados no tendrían mayores problemas para abandonar el barco ultraperiférico llegadoel caso, dejándonos por todo recuerdo las ruinas de sus pretensiosasmacro construcciones. Para la mayoría de los habitantes delArchipiélago, en cambio, se ha convertido en un imperativo desupervivencia recoger este grito de auxilio para hacerlo propio.Apoyando y potenciando, a partir de las iniciativas que ya existen,proyectos que nos acerquen al objetivo de la soberanía alimentaria.Porque, parafraseando una vieja disyuntiva cada día más vigente, éstase presenta como la única alternativa racional que podemos oponer a loque, en caso contrario, puede devenir en una auténtica barbarie.
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