En este tiempo extraño en el que las misses, las velinas y las prostitutas de lujo comparecen en las portadas de los periódicos italianos y en las listas electorales, Shukri Said es toda una rareza. Ella también ha sido miss. En su país natal, Somalia, ganó el campeonato nacional de bellezas hace 20 años, cuando tenía 16. Poco después, se vino a Italia "en avión" desde Mogadiscio, porque era el lugar donde su familia de diplomáticos había pasado más tiempo, y se convirtió en ciudadana italiana y en madre de dos hijos. Italianos también. "Contra lo que gritan los tifosi en los campos de fútbol, no sólo existen italianos negros como Balotelli, también existen las italianas negras como yo", dice riendo.
Acabamos de sentarnos en esta suntuaria terraza de plaza del Poppolo, hace un calor del demonio, y Said elige un pescado a medias. "Dividir la comida es la historia de mi vida, soy la menor de seis hermanos y romana de adopción". El lugar hace honor a su fama mundana y cosmopolita: al lado hay media docena de empresarios libaneses morados de antipasti con sus mujeres, vestidas de Missoni y operadas hasta el pelo; más allá, dos británicos colorados cortejan a sendas escorts italianas treinta años menores que ellos.
Imposible no hablar de las velinas: "La humillación machista del concepto usuario final define esta época", dice. "La exaltación degradante del físico esconde que hay muchas italianas formadas, capaces y trabajadoras. Pero la pregunta no es qué hacen las velinas para trepar, porque en la política italiana hay cinco veces más hombres que mujeres. Hay muchos más hombres-velino que mujeres. ¿Qué hacen los velinos para llegar a esos puestos?".Lejos de culpar a Berlusconi de todos los males de Italia, Shukri Said achaca a la izquierda y a la cultura clerical una enorme responsabilidad. "Berlusconi encarna todos los sueños del pueblo: tiene futbolistas, velinas, abogados, periodistas públicos y privados, parlamentarios, ministros e impunidad. Pero el viejo sistema clientelista de democristianos y comunistas lo cubre todo y no deja avanzar a mujeres, jóvenes e inmigrantes, que son la fuerza dinámica de la sociedad. La izquierda ha gobernado siete años de quince y no ha extendido los derechos de nadie. Por eso la propaganda reformista de esa izquierda llena de estrellas y sin condottiero carismático al frente no engaña a casi nadie".
Said ha elegido este restaurante como provocación: aquí estuvo el coronel libio Muammar el Gaddafi hace unos días para festejar el acuerdo bilateral según el cual Italia devuelve automáticamente a Libia a los sin papeles que intenten alcanzar sus costas. Said fue modelo y luego se hizo actriz, hoy está en el paro -"me echaron por racismo de una serie en la que hacía de policía"-, y dirige como voluntaria la Asociación Migrare.
"La inmigración es un fenómeno bíblico, complejo y difícil de gestionar", dice antes de probar la sandía. "En Italia, el racismo institucional de la Liga del Norte legitima el racismo callejero con la complicidad del centro-izquierda. Es culpa de Europa: Italia sola no puede manejarlo. Hace falta ir al origen del problema. Acabar con el hambre y la miseria. Ayudar a los países emisores. Somalia lleva casi veinte años en guerra civil, sin futuro y sin Estado. Darfur existe desde que yo era joven. Si todo eso no se arregla, no habrá nada que hacer".
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